Cuatro décadas del 288 GTO, el primer supercoche moderno de Ferrari

La imagen del actor Don Johnson al volante de su inseparable Testarossa blanco en la serie de TV ‘Miami Vice’ encumbró a este modelo a la categoría de icono como el coche deportivo con el que todos soñaban. Sin embargo, hubo otro modelo coetáneo del ‘Cavallino Rampante’ que inmediatamente se elevó a la categoría de mito. Porque a fin de cuentas, el Testarossa no fue más que un playboy, un símbolo de Status, pero el automóvil al que nos referimos pronto fue elevado a los altares en Maranello.

Si preguntamos tanto a los Tifossi como lo grandes apasionados del automóvil por sus cinco Ferrari favoritos, hay una altísima probabilidad de que en todas esas ternas aparezcan estas tres cifras junto a sendas siglas: 288 GTO. Concebido en un principio como un vehículo para la competición, los avatares del destino lo terminaron convirtiendo en un automóvil muy exclusivo, que por sus especiales características se ganó a pulso no sólo ser el primer ‘supercoche’ de Ferrari, ateniéndose a lo que hoy día entendemos por ese término, sino uno de los primeros de la historia. Cuatro décadas después de su lanzamiento, le pasa como a un buen vino o a un brandy Solera Gran Reserva, gusta aún más.

Corrían los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado y sonaban con fuerza los rumores de la creación de una nueva competición de coches cuyo reglamento se basaría en los Grupo B de Rally, por tal motivo en Maranello comenzaron a trabajar en un vehículo para ello. Tomando como punto de partida su berlinetta 308, el nuevo Ferrari heredaba su silueta, a su vez uno de los diseños de Pininfarina más celebrados.

Un frontal rediseñado con faros dobles rectangulares, pasos de rueda ensanchados y una branquias de ventilación traseras de reminiscencia bien conocida para los puristas de la marca fueron sus rasgos estéticos definitorios a los que se sumaron unos peculiares espejos retrovisores en ángulo de 90 grados similares a los de un monoplaza de F1.

En el capítulo mecánico, el motor V8 fue dotado de un juego de turbocompresores japoneses IHI con intercambiadores de calor Behr, y la cilindrada se rebajó hasta los 2.8 litros. Los técnicos de Maranello obtuvieron la brutal y mágica cifra de 400 CV, siendo la velocidad máxima de 305 Km/H. Su hermano el Testarossa, con su motor de 12 cilindros a 180 grados y 5.0 litros atmosférico erogaba 390 CV y alcanzaba 290 Km/H.

Dado que el objetivo de Ferrari con este coche era homologarlo para la inminente categoría de Grupo B para circuitos, se fabricaron un total de 273 unidades entre los años 1984 y 1985, superando así las 200 obligatorias para la homologación. Y bueno, parece que esto vino al pelo, pues se rescataron para su denominación las célebres siglas GTO, vistas por última vez curiosamente veinte años atrás.

Finalmente, el proyecto de competición de coches de Grupo B para circuitos no llegó a buen puerto, pero en Ferrari habían construido su primer supercoche, que sirvió de base para desarrollar otro de los grandes mitos de la marca, el F40, pero esa es ya otra historia.